sábado, 15 de mayo de 2010

"HOLA ENRIQUE"

El 14 de mayo se cumplía un año de la muerte de "mi amigo" Enrique Pereira, motivo por el cual tenía la decisión de viajar a la ciudad de Paraná a los actos que en su meoria se realizarían.
Le comuniqué a su esposa Luz la que en un gesto para mi muy conmovedor, me expresó su deseo de que dijera algunos conceptos en la ocasión.
Accedí muy agradecido, pero lamentablemente un inoportuno problema de salud me impidió viajar y estar junto a mi amigo y su familia, cosa que senti profundamente.
Les envié a ellos una copia de lo que pensaba decir y el mismo texto se los quiero hacer conocer hoy a ustedes.
Ing. Mario Jaraz

Tengo la sensación de estar cometiendo una falta de respeto.
¡Venir desde el Chaco a hablar de Don Enrique Pereira!.
A Ustedes, a los entrerrianos, a muchos de los que fueron sus permanentes colegas de militancia, cómplices de aventuras y compinches en la elaboración de sueños.
Frente a ustedes, sus amigos y conocidos vengo a pretender resaltar valores de un hombre que, partiendo de su profunda nacionalidad entrerriana, fue encontrando las formas más diversas para transmitir a todos los rincones de la Patria, una manera de entender la vida y un estilo de pertenencia radical incorruptible.
Queridos amigos de Paraná, queridos amigos de Entre Ríos les pido que no se enojen porque no les pedí permiso, les prometo que al final les pediré perdón.
Tal como hacía Enrique, que cuando asistía a una reunión, por formulismo, solicitaba que se lo incluyera en la lista de oradores, pero impulsado por su excelsa formación y su fina capacidad para leer las más diversas situaciones y prever lo que cada uno era capaz de decir, tomaba la palabra a cada instante y expresaba sus acertadas opiniones con total claridad y desparpajo.
Voy a tratar de aprovechar que ya tengo el micrófono y en pocos minutos tratar de contarles porque estoy y que estoy haciendo aquí en este día tan especial en el que se cumple un año desde que me dijeron que había fallecido Don Enrique Pereira.
Yo no lo podía creer, y aún hoy no lo creo.
Fallecer es morir, morir es irse, no estar más.
Pero queridos amigos, disculpen, yo siento que está.
Por eso vine.
Vine a ver si ese duende que a diario me acompaña a mi y a los chaqueños que tuvimos la suerte de conocerlo, con ese duende con el que discutimos, que nos ayuda, nos enseña y nos guía en nuestro andar diario como radicales, es el mismo que seguramente encontraría en Paraná.
Vine porque, les cuento, que hasta ese luctuoso 14 de mayo, a través de cualquier medio dialogábamos a diario con Enrique y hoy seguimos dialogando, seguramente por un medio absolutamente superior cuyo nombre no conozco pero que sin duda responde a aquella gran verdad que dice que los grandes hombres no se van, que aquellos capaces de trascender a partir de virtudes superiores de significativo impacto en la vida de sus congéneres siempre están. Y como Enrique era uno de esos hombres, está, no se fue.
Cuando uno aprendió a quererlos y ser querido por ellos, a entenderlos y ser entendido, a comprenderlos y ser comprendido, siempre están con uno aunque no estén.
Cuando con algunos correligionarios de Resistencia nos encontramos dialogando sobre los eternos vaivenes que vive nuestro querido partido, la Unión Cívica Radical, siempre aparecen sus definiciones, sus posturas, sus críticas y sus propuestas.
Enrique era un hombre extremadamente intransigente
En los últimos años, quizás los peores que debió pasar nuestro partido, cumpliendo con obligaciones como representantes de nuestras provincias ante las instancias centrales partidarias, comenzamos a compartir más asiduamente, conversar, analizar y discutir con más frecuencia y así fue tejiéndose entre nosotros una especie de hermandad en la que procesábamos nuestras angustias, nuestros sueños, nuestros pareceres y porque no decirlo, nuestros miedos.
Nunca tuvimos el miedo a la desaparición, su lucha, nuestra lucha, nuestro temor siempre estuvo centrado en la admisión, por parte de muchos, de las transgresiones, las deformaciones doctrinarias, pero especialmente en la desideologización que perversamente se había introducido en el partido debido especialmente a la mimetización de mucha de nuestra dirigencia para con aquellos que entienden que en nombre de la política todo es posible.
Esta relación me permitió entender definitivamente la fuerza que produce la convicción ideológica, el valor que otorga el convencimiento y el coraje que provoca el amor.
Enrique además de todos los porque que lo hacían radical, se había enamorado del radicalismo y como todos sabemos, nadie permite que le sustraigan las cosas que ama.
El tenía por la UCR un amor auténtico, un amor de una dinámica tal que día a día iba en crecimiento y que parecía fortalecerse frente a las adversidades que su enamorada sufría.
Entonces interpelaba. Era incisivo.
Interpelaba pero al mismo tiempo, enseñaba.
Sustentado en sus férreas ideas, surgidas del estudio de los mas profundos pensamientos de los grandes de nuestro partido, planteaba con total honestidad y vehemencia, no carente de respeto, la necesidad imperiosa de que si lo que realmente se buscaba era el resurgimiento del partido, lo primero que debían ser sus dirigentes era “ser radicales”.
Con gran solvencia intelectual inducía a hurgar dentro de los intersticios de la doctrina para encontrar en ella la solución a toda problemática, tanto del país como del partido.
Defendía frente a todos y en todo momento, una manera de ser radical coherente con el sentido de aquella frase “que se rompa pero que no se doble”
Su manera de ser campechana, dasacartonada, libre de toda solemnidad y con el toque de humor incorporado en el momento certero, llevó a que más de uno, tratando de esquivar su estocada, lo tildara de “loco”.
Aunque parezca insólito, muchos pequeños de la política intentaban desacreditarlo.
Loco.
Si ser loco es saber mucho estaba bien definido.
Si ser loco es opinar desbaratando con solvencia cualquier tipo de argumentación inconsistente, esta bien puesto el adjetivo.
Si ser loco es no ceder frente a las desviaciones, Enrique estaba bien calificado.
Si ser loco era luchar porque la Unión Cívica Radical, sea siempre radical, no tengan dudas que el apelativo de loco más que un insulto o una descalificación que posibilitara el ocultamiento de las incongruencias propias, al trascender se convertía en un incremento del renombre y el prestigio de un hombre que superaba, en la lucha por su partido, las debilidades normales de cualquier ser humano.
Ese era, ¿o es? según mi propio decir, Enrique Pereira, un personaje particular, que no precisó las luces de las grandes marquesinas para trascender en los espacios que él entendía importantes y prefirió el refugio de los corazones de sus seres queridos y sus amigos para nutrir su propia y personal manera de entender las diversas facetas de la vida.
Podría enhebrar un sin fin de anécdotas y vivencias para ratificar los conceptos que estoy transmitiendo pero me parece innecesario.
Sólo quisiera agregar un pequeño comentario que sirve para agigantar su figura y que responde a una faceta de su personalidad que considero sumamente importante, sobre todo en este momento en el que el decir de Discépolo en su tango Cambalache “…lo mismo un burro que un gran profesor” lamentablemente esta tan vigente como siempre en nuestro país: tenía un inmenso respeto por todos sus correligionarios y especialmente por aquellos que habían demostrado conocimientos, doctrina y conducta coherente, al punto de promover en toda oportunidad con gran vehemencia a favor de que el partido los tuviera en cuenta, les brindara oportunidades, aún cuando sus actividades no hubieran sido muy conocidas.
Y a esto lo hacía sin especulaciones, con grandeza, sin egoísmo, con cristalinidad, porque así era él.
Enrique y su fina sensibilidad, Enrique y su enorme bagaje de conocimientos, Enrique y enorme talento, Enrique y su gran humor, Enrique y sus berrinches, Enrique y su autenticidad, Enrique y su gran amor por su familia.
Que estoy seguro era lo único capaz de superar su amor por la UCR..
Cada instante de silencio en el que se introducía culminaba con una llamada telefónica a su Luz a quien, invariablemente podíamos encontrar cuando inocentemente invadíamos su privacidad, contándole todas y cada una de sus andanzas y desventuras.
Muchas otras cosas podría decir, muchas otras cosas podría contar, y seguramente cada uno de Ustedes también podría hacerlo y seguramente mucho mejor que yo, pero siento la necesidad de terminar con una frase que leí no hace mucho: A los grandes hombres como Enrique Serafín Pereira no se los viene a homenajear, uno acude a ellos en busca de inspiración.
Y a eso vine. A inspirarme en el, en sus cosas, en sus ideales, en sus acciones, en su valor.
Queridos amigos de Entre Ríos, queridos correligionarios, perdón por haberme entrometido en este acto y por hablarles de alguien al que seguramente conocían más que yo.
A su querida familia que es la que más siente y sufre su ausencia, muchas gracias por permitirme estar y por no haberme nunca reprochado los minutos que a diario se los robaba.
Permitíme Querida Luz reiterarte, a vos, tus hijos y tu querida nieta, que tanto para mi como para mi esposa y nuestra familia, ustedes son nuestra familia y siempre estaremos incondicionalmente a vuestro lado.
Y a vos querido Enrique, que vaya a saber uno en que dimensión del infinito te encontrarás, seguramente hablando con Don Raúl, don Hipólito, don Arturo y tantos otros grandes, a vos querido Enrique, te digo, como siempre, chau Hermano, hasta todos los momentos…
Que tu duende nunca nos abandone.
Muchas gracias..

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