sábado, 17 de julio de 2010

“LA PUERTA CERRADA”

Por Ing. Mario Jaraz

Cuando se aproximan los tiempos electorales en los diferentes partidos políticos se comienza a plantear un tema al que cada uno intenta formularle la respuesta más adecuada condicionada a la situación particular que este atravesando.
El tema, que en realidad en un problema cíclico, es simple y aunque se los pretenda presentar de características diferentes, todos responden a una misma causa-problema: “Los que ocupan los cargos que se pondrán a disputa por terminación de los mandatos y los que quieren acceder a esos cargos”. Los que están no quieren irse, salvo que visualicen la posibilidad de llegar a un de categoría superior, y los que aspiran a tener una oportunidad y encuentran vedada la posibilidad porque nunca terminan de completar los requisitos que los grupos de dirigentes con mayor poder les exigen, que en el fondo sólo significan una defensa a quien está porque casi siempre forma parte del grupo.
Los reglamentos que cada partido posee para normar las acciones internas tendientes a promover la mejor representación son utilizados por cada uno de los pretendientes conforme a sus propios intereses, causa por la cual, habitualmente se termina obviando la esencia de su dictado, cuya pretensión fundamental de asegurar el espíritu de la “cristalinidad” de los actos, es habitualmente transformada en instrumento legitimador de situaciones contrapuestas a la intrínseca razón de ser de los partidos políticos, visualizados estos como instrumentos aptos para brindar a la sociedad los mejores hombres, asegurar las posibilidades de participación de todos sus adherentes conforme a sus propias capacidades, amén de los valores doctrinarios, principistas y programáticos que debiera asegurar poseen los candidatos. Situación esta última que debe sintonizar similar onda entre ambos actores, partido y representantes. Aseveramos sobre esta necesidad porque son demasiadas las oportunidades en las cuales en nombre del aporte de un teórico caudal importante de votos se entregaron importantes espacios a figuras que normalmente durante su actuación tuvieron un comportamiento poco acorde a los postulados por el partido.

Otra causa que a medida que fue transcurriendo el tiempo adquirió gran relevancia en la lucha por los espacios fue que el ejercicio del cargo público político empezó a transitar cada vez mas cerca el camino de una “salida laboral” y “espacio de seguridad económica” para muchos, dejando de lado el “sentido vocacional” y absolutamente “eventual” con que se definiera al mismo en otras épocas de nuestra historia.

Intencionadamente dejamos fuera de la consideración el tiempo de los grandes “caudillos” que eran los que haciendo uso de su poder determinaban de forma totalmente arbitraria y a su exclusivo gusto a todos y cada uno de los que debían ejercer los diferentes cargos, aún cuando todavía subsiste en los partidos determinado grado de obsecuencia y aceptación silenciosa a los mandatos de los dirigentes de más peso político.

Pese a que vivimos épocas de democracia que obligarían a la utilización de métodos absolutamente claros, rigurosos y democráticos para la designación de los candidatos, las costumbres, en muchos casos interesada e intencionadamente planificada, fueron incorporando nuevas herramientas de valoración que posibilitaban vestir determinadas designaciones con la aureola de la “conveniencia partidaria” induciendo de esta manera una aceptación masiva sin cuestionamientos.

Una de ellas, “el aprovechamiento de la experiencia “de quien esta o estuvo impuso supremacía sobre las posibles características positivas que otros aspirantes pudieran exhibir.

Al juego se incorporó también, con mucha prepotencia, un nuevo elemento de evaluación: “Las encuestas”.
Los resultados de las mismas que dicen reflejar la opinión de la sociedad, tienen la rara aptitud de convertirse en armas propicias para manejar y predisponer la voluntad de la misma.

Resulta realmente insólita la subordinación que a sus informes solamente probables o con cierto porcentaje de probabilidad tienen muchos políticos evitando efectuar algunas consideraciones que resultan imprescindibles si se desea que las mismas tengan una incidencia solamente objetiva en las decisiones a adoptar.

Cuando se mide el nivel de consideración social que determinados candidatos tienen en la opinión pública, normalmente quienes encabezan las posiciones son quienes están o estuvieron ocupando cargos y espacios de trascendencia por sobre aquellos aspirantes cuyos deseos se sustentan casi exclusivamente en sus conocimientos y sus habilidades ya que en muy pocas oportunidades los partidos políticos construyen los espacios propicios para que nuevas figuras puedan ser conocidas por la sociedad.
Y este resultado es factible, porque quien esta ocupando un cargo público cuenta a su favor con diversos elementos que resultan de gran importancia para que ello suceda. Han sido elegidos para estar en contacto con la gente al ejercer sus funciones. Los medios de prensa se ocupan casi con exclusividad de lo que algunos de ellos hacen o dejar de hacer. El Estado les abona un sueldo y los dota de otros elementos para que desarrollen este trabajo (obviamos decir vocación porque hace ya tiempo que no es así). Y una persona que goza de estas y otras posibilidades es lógico que demuestre supremacía numérica en cualquier consulta que se le formule a la sociedad sobre el grado de aceptación que la misma tiene de los distintos pretendientes a ocupar un determinado cargo.

No estamos intentando denostar a las encuestas, sino que pretendemos se le de a las mismas el verdadero valor que corresponde y tratar, con todo respeto y quizás demasiado elementalmente sobre el manipuleo, si se quiere hasta interesado, que de sus resultados se puede realizar. Lo hacemos porque deseamos un verdadero salto de calidad en los resultados que otorgue la política, por el crecimiento de los partidos políticos, de los políticos y especialmente de la sociedad que merece ser representada por los hombres que acepten dar lo mejor de si para cada una de las funciones y también porque estamos convencidos que la democracia exige la continua renovación.

El tan pregonado concepto: “igualdad de oportunidades” debe ser una norma sobre cuyo cumplimiento y aplicación los partidos políticos deben ejercer una especial custodia y en el caso que estamos planteando tienen la obligación de que el mismo sea una realidad palpable, caso contrario estaríamos ejerciendo discriminación para con aquellos que no fueron, no son y alguna vez desean ser y privando a la sociedad de la contribución de una mayor parte de los ciudadanos.

Si con inteligencia en los partidos políticos se determinan formas, métodos y maneras de designar candidatos que aseguren la constante y permanente rotación de hombres; si se pregona y enseña que la necesaria activa participación de todos en la política no debe indefectiblemente derivar en la ocupación de un cargo público sino que para acceder a ellos es imprescindible aparte de conocimientos específicos tener la vocación para hacerlo y el convencimiento pleno de la transitoriedad de los mismos, desde la política se estará dando un paso sumamente importante para recuperar el respeto por la política y especialmente por los políticos.

Se estarán realmente abriendo las puertas que hoy, aunque a muchos les cueste reconocerlo, se encuentran cerradas.-

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