domingo, 13 de junio de 2010

“EL RETORNO AL RADICALISMO”

Por Ing. Mario Jaraz

Cuando comentábamos el acto realizado en el Estadio del Club Ferrocarril Oeste de la ciudad de Buenos Aires, dijimos que teníamos la sensación de que el proceso de recuperación de la Unión Cívica Radical había culminado y que se estaba ingresando al período en el cual el desafío era conquistar a la gente.
En primera instancia a la militante radical y luego a la sociedad en general. La gente era la que formularía el veredicto definitivo y determinaría con su decisión sobre la validez del esfuerzo. La gente era la que debía formular su aprobación aceptando nuevamente a la UCR como un partido político capaz de significar una alternativa válida frente a las otras agrupaciones políticas vigentes en el espectro nacional.
La primera prueba ya se había pasado satisfactoriamente cuando integrando el Acuerdo Cívico y Social se había tenido una trascendente participación en el acto eleccionario realizado el año 2009 para renovar Legisladores, pero esto por si mismo no bastaba.
El radicalismo se debía a si mismo la posibilidad de verificar si en los distritos electorales en los que debido a causas ya conocidas, había perdido su caudal electoral, la sociedad estaba dispuesta a volver a brindarle nuevas oportunidades.
Este nuevo período requeriría de acciones de características diferentes a las llevadas a cabo en el tiempo de la profunda crisis.
Este era el nuevo desafío para la dirigencia y la militancia radical que siempre creyó en las bondades de su partido.
Había que diseñar acciones aptas para seducir a la gente, para despertar expectativas positivas, para recuperar la confianza.
Había terminado con buen resultado un tiempo difícil y comenzaba otro tan arduo como el anterior pero con el agregado de que los fantasmas o los impulsos disgregadores aún no se habían disipado totalmente.
En aquel tiempo, en el que muchos consideraron ilusoria la pretensión e inútil el esfuerzo, con mucho trabajo, con gran convicción, con aciertos y errores se logró reordenar la organización afianzando su conformación de partido nacional, el respeto a su base doctrinaria y un acuerdo no escrito entre los principales dirigentes de intentar trabajar en común en la búsqueda de los espacios perdidos.
También como referencia de la finalización de una etapa podemos exponer el hecho de que, salvo alguna muy puntual excepción, se habían recompuesto los diferentes distritos de la Nación, el funcionamiento partidario era prácticamente normal con todos sus organizaciones internas actuando y en todos ellos bregando por la concreción del objetivo común diseñado, tratando asimismo de conseguir la armonización de la relación entre los propios radicales, un fuerte trabajo de difusión doctrinaria y la necesidad de fortificar la vocación de poder como actitud imprescindible para acceder al poder.
El éxito de este nuevo período de trabajo dependerá de la inteligencia con que la dirigencia se maneje frente a cuestiones que se pueden presentar que requerirán de todos grandeza, humildad, mucho sentido común y gran sapiencia.
Se tomó la decisión de aceptar la posibilidad del retorno al partido sin condiciones, de aquellos que habían optado por otra opción política. Actitud sin dudas riesgosa.
No todos estaban o todavía hoy están dispuestos a aceptar que “se borre con el codo lo que se escribe con la mano” o que la lucha en defensa de la lealtad que hasta ayer fuera bandera de resistencia, de golpe sea totalmente abandonada dándose como toda explicación que se lo hacía “en nombre de la unidad del partido”.
Se pueden generar cuestiones internas de difícil manejo, ya que al no realizarse el debate tendiente a dilucidar los problemas que provocaron la deserción o el alejamiento del partido de parte de algunos, la relación entre quienes se habían quedado en el partido y quienes habían optado por otras opciones, aunque la dirigencia pretenda ignorarla, es un tema pendiente y muy conflictivo no pudiendo nadie obviar que lo que estuvo en juego fueron principios esenciales del radicalismo fundamentalmente aquellos que entornan la lucha por el acceso al poder a la ética partidaria.
En el pensamiento de muchos subsistía la duda de como se presentaría el retorno.
¿Retornaría la dirigencia radical de su no disimulada “peronización”? ¿Existirá en todos la decisión de aceptar el rigor de una conducta incapaz de concesiones cuando lo que están en juego los son principios que le dan razón del ser al radicalismo?,
Estas siguen siendo preguntas sin respuestas aún cuando muchas pudieron quedar visualizadas cuando se realizó la renovación de la conducción del Comité Nacional, momento en el que se produjeron las primeras pujas entre los sectores que se identificaban con la conducción anterior y aquellos que responden a lo que se ha dado en llamar el “cobismo”.
Este hecho demostró que persisten diferencias sobre las que se deberá seguir trabajando.
El llamado a elecciones internas para determinar la nueva conducción partidaria en la provincia de Buenos Aires produjo una aceleración de tiempos y una toma de posiciones cuyos resultados tendrán influencia determinante en el futuro.
Un grupo de dirigentes llevando como cabeza al Dr. Ricardo Alfonsín no tuvo dudas y optó rápidamente por las elecciones internas porque entendió que si se deseaba recuperar en primera instancia al afiliado resultaba primordial brindarle la oportunidad de sentirse protagonista de su propio partido y se lanzó, junto a sus adherentes, con total convencimiento, a dar pelea en el quizás más difícil de los escenarios porque le tocaba confrontar con aquellos que a lo largo del tiempo habían logrado una hegemonía casi excluyente en el manejo partidario.
Lo más trascendente y significativo de su plan de acción, y que esperemos sea tomado muy en cuenta por toda la dirigencia radical del país, fue construir su discurso apelando a los fundamentos que dieran origen, hace más de cien años, a la Unión Cívica Radical.
Sin dejar de mencionar la importancia de la militancia, invocaba en forma permanente la necesidad de la fidelidad a los postulados doctrinarios, a la lealtad constante y a la importancia de hacer de la pertenencia una religión promotora de acciones reivindicativas de la política como herramienta positiva para la búsqueda de la solución de los problemas de la sociedad, especialmente el referido a la dignidad de todos y cada uno de sus integrantes.
A partir de este discurso provocador del retorno al diálogo, sugerente de la posibilidad inserta en un abanico de ideas que priorizan los problemas de la gente y sus soluciones, Alfonsin logró crear el clima propicio para impactar la emoción del radical y revalorizar en cada uno la autoestima tan venida a menos luego de los continuos contrastes vividos.
Y se impuso en las internas, triunfo que, por los conceptos vertidos y las formas utilizadas podemos presentar como “la vuelta del radicalismo al radicalismo”.
Como decíamos, el nuevo tiempo se aceleró. La dinámica de los acontecimientos pudo más que la estrategia de los dirigentes. El emprendimiento llevado a cabo por Ricardo Alfonsin, llevado a cabo con la tradicional y típica osadía radical que en el transcurso de la historia fuera la base de la creación de una mística especial que se sustentaba en una gran rigidez conceptual y una innegociable creencia en los valores que los habían convocado, obligará a repensar estrategias, armados y propuestas.
Pero viene bien.
El radicalismo posee los hombres capaces para enfrentar el momento.
Diseñar con inteligencia las propuestas más aptas es una tarea que se simplifica, porque si el deseo, el interés, es seducir al electorado para triunfar, seguramente que junto a los tradicionales aliados, el marco de desarrollo no deberá exceder el ámbito de una ideología inclusiva, participativa, que luche por la igualdad de oportunidades, la vigencia real de la libertad y teniendo siempre como centro al hombre y su dignidad y eso lo encontrará en su propia ideología progresista, social demócrata y radical.
No hay tiempo para confusiones, si para debates.
No hay posibilidades de éxito sino se le propone a la gente algo distinto y mejor y la certeza de la capacidad para la realización.
No hay tiempo para discursos vacuos.
Es tiempo de responsabilidades, de propuestas con alto contenido ideológico, simple entendimiento y sustentables en el tiempo.
Ser modernos significa tener la capacidad de entender la evolución como una constante producto de la inteligencia humana y tener la presteza para que esa evolución signifique progreso, bienestar y prosperidad para todos los habitantes de nuestro país.
Sin excluidos. Sin discriminados. Sin privilegiados.
Entonces estaremos cumpliendo con lo que decía Moisés Lebensohn: “Conducta para que nos crean”
Entonces habremos vuelto al radicalismo, y más allá de circunstanciales resultados electorales podremos decir que la Unión Cívica Radical ha vuelto y está más viva que nunca.

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