martes, 19 de enero de 2010

“ARTURO ILLIA”

Por Rodolfo Pandolfi (Extraído de FORJA - El diario Radical)

La necedad es una enfermedad infantil. El necio, como el niño que se ve sobrepasado por sus mayores, cree que demuestra su personalidad independiente al empacarse en sus errores y desconocimientos. Los débiles son casi siempre necios y, a igualdad de condiciones (de adulto a adulto) no pueden reconocer sus equivocaciones. La necedad tiene que ver con la semilla del totalitarismo porque, en la práctica, niega el diálogo y presiona a su interlocutor para que calle o cambie de tema.
El necio no puede soportar algo de razón: necesita la infinitud tanto como la velocidad. Cree que lo importante es ser práctico, lo que constituye parte de una psicología delictual ya que los asaltantes son, por definición, pragmáticos. Y el pragmatismo es un poderoso acelerador de errores y de improvisaciones que implican un derroche absurdo, con final casi siempre sorpresivo para el atropellador.
El genial pensador inglés John Ruskin anotó que nada es más útil que la inutilidad.

Antes que un juego de palabras, la expresión indica una filosofía profunda. La intuición vulgar sobre utilidad remite a lo inmediato, desde la elección de una cueva hasta la recolección de las frutas del día.
Pero la utilidad brota siempre de lo incomprensible para lograr la eficacia fulminante y
sorpresiva.

Según los grafólogos, las letras de quienes escriben anotaciones falseadas tienen, entre otras características, la levedad, como si se quisiera borrarlas con más facilidad.
Festina lente, “apurarse lentamente”
El estudio del aprendizaje anterior, o sea de la experiencia; el álgebra y el conjunto de las matemáticas; la química; el análisis de la naturaleza; la arqueología; las bases de la arquitectura; el razonamiento; la investigación antropológica, constituyen el nudo de la utilidad.

La vida de los seres humanos se complica, sin duda, pero ofrece cada vez mejores oportunidades.
Festina lente, “apurarse lentamente”, decían los romanos.

La brusquedad y la sorpresa son inservibles frente a la inteligencia, al trabajo despacioso de intelegir.
Desde la guerra del Peloponeso las naciones que han estimulado el debate interno sobre sus razones para luchar y han admitido que el mismo enfrentamiento puede ser un error han vencido a quienes no admitieron se discutieran los motivos de la disputa: los atenienses derrotaron a los persas, los ingleses, que habían quedado solos en Europa, vencieron a los nazis.
Es estéril negarse a escuchar, cortar la palabra al enemigo y al mismo amigo.

El golpe de mano o de palabra, el insulto o la trompada, puede rendir una satisfacción inmediata, como la concentración paga de aplaudidores, pero no convence y quien no convence no vence.
Los negros de Estados Unidos, defendidos por sus intelectuales y políticos amigos, terminaron venciendo al antes poderoso Ku Klux Klan.
Las tortugas siempre ganan la carrera a las liebres.
A Illia se le reprochó ser una tortuga, un hombre que se sentaba en Plaza de Mayo para pensar mientras miraba a las palomas que los caricaturistas de algunos medios supuestamente progresistas convirtieron en símbolo de su gobierno.

Illia reflexionaba y era capaz de dar la razón, inclusive en históricos debates dentro del propio gabinete.
No en vano una de las escuelas psicológicas más modernas propicia la terapia de lentitud. Festina lente.
Con inevitables contradicciones secundarias, más bien formales, en la Argentina existió política de Estado durante la Organización Nacional, o sea entre 1852 y 1930. La línea económica cepalista, entre 1955 y 1966, marcó otro período de continuidad y previsibilidad.
La Argentina de 1910 se ubicaba compartiendo el primer puesto en las Américas con Estados Unidos, unos pocos centésimos después, frente al onceavo de Canadá.

El sentido de utilidad y de practicidad de los gobiernos posteriores a 1989 la ubicaron debajo de varios países africanos. La asombrosa corrupción dejó atrás, en cambio, a los otros Estados del Continente mientras que la pequeña Costa Rica ocupa el primer lugar en cuanto se refiere a transparencia.
Los demonios ocultos de la soberbia del poder
El gobierno kirchnerista nunca admite errores y atribuye sus fracasos a demonios ocultos, a destituyentes (término lanzado al uso por alguien que fue colaborador intelectual de Juan Carlos Onganía), a malévolos ambiciosos, a traidores, según expresa un presidente consorte que maldice a Carlos Saúl Menem, antes el mejor gobernante del siglo, según su opinión.

Arturo Illia corrigió errores, reales o presuntos, sobre todo antes de cometerlos, porque siempre supo escuchar. Festina lente.
Ningún gobernante radical fue acusado de ladrón y todos murieron pobres, con independencia de su situación inicial. Merecieron siempre tributo a la honradez personal y a la vigilancia de la austeridad de sus correligionarios y de sus colaboradores.

Trabajé con Raúl Alfonsín y, durante su gobierno, Germán López, secretario general de la presidencia, se encargaba que cada uno pagara su café y sus comidas, con excepción de las relacionadas con invitaciones a dirigentes de otros partidos, diplomáticos, jefes militares, intelectuales, miembros de las comunidades religiosas.
Los números no mienten
Los enemigos de Arturo Illia, poseedores de un aparato mediático enorme que no fue amenazado, consiguieron instalar algunas mentiras pero están históricamente muertos.

La primera falta a la verdad que cometieron, para relativizar el triunfo de Illia en 1963, fue la manipulación de los resultados electorales porque esa falsedad crearía las condiciones para un golpe de Estado.
En realidad, sostenían que el vencedor no había triunfado en las elecciones. E insistieron en que había logrado el 25 por ciento de los votos, machacando tanto con esa cifra que consiguieron instalarla en grandes sectores de la sociedad. De todos modos, ese supuesto 25 por ciento superaba al 22 por ciento, con el segundo puesto, logrado por Néstor Kirschner, candidato del oficialismo de entonces, en 2003.
Se suelen contar los votos en blanco, sobre todo cuando tienen significado político como en 1963, pero es insólito computar como votantes a los no votantes, muertos, residentes en el extranjero o víctimas de diversas circunstancias.
En todo caso, Arturo Illia logró 2.441.064 votos; Oscar Alende, 1.593.002; Pedro Eugenio Aramburu, 1.346.342; en blanco, 2.058.131.

En porcentajes: Illia, 32 por ciento de los votos positivos: 27 por ciento del padrón electoral nacional y 56,5 por ciento de los electores (270 sobre 476). Los dos millones de votos en blanco fueron la sumatoria de lo dispuesto por el peronismo, por el comunismo, por el frondizismo, por la democracia cristiana y por los votoblanquistas habituales.
El 19 de enero de 1983, a las ocho y media de la noche, cuando ya la democracia estaba muy cerca y se percibía el triunfo de Raúl Alfonsín, murió de gastroenteritis con hemorragia digestiva y complicación pulmonar. Operado pocos días antes, el 23 de diciembre de 1982, en un hospital de Córdoba, era conciente desde el principio que el fin no tardaría…

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