sábado, 23 de mayo de 2009

“RESPUESTA ANTE UN AGRAVIO DE OTRA VERSION FOLLETINESCA DE LA HISTORIA NACIONAL”.

INSTITUTO NACIONAL IRIGOYENEANO
Diego Barovero - Vice Presidente
Fernando Blanco Muiño - Secretario General

Una nueva afrenta a la memoria nacional acaba de perpetrarse a través de un libelo que pretende continuar en la línea de una pretendida “desacralización” de la historia argentina. No es nuevo ni es original. Ha adquirido protagonismo mediático una suerte de escuela de historiografía vernácula moderna dedicada al folletinismo, con la inconfesa intención de reescribir la historia argentina orientándola hacia determinada parcialidad.
En esta oportunidad el periodista y escritor Marcelo Larraquy acaba de publicar un libro intitulado “Marcados a fuego.La violencia en la historia argentina. De Yrigoyen a Perón (1890/1945)” para cuya promoción y propaganda expresó en un reportaje del diario “Crítica de la Argentina” que “La UCR fue peor que montoneros”.

Aún teniendo en cuenta que el aserto por sí sólo no resiste el mínimo análisis, si lo que se pretende es debatir con altura y seriedad acerca de nuestra historia, consideramos que no es posible asistir impávidos frente a tamaño agravio que no por ridículo es menos dañino.

A través del reportaje aludido y en las páginas de su libro el escritor pretende comparar las acciones revolucionarias de la Unión Cívica Radical en 1890, 1893 y 1905 con el accionar asesino, demente y terrorista de la organización Montoneros, lo que a todas luces es un ejercicio de irresponsable aventurerismo histórico.

No puede soslayarse el contenido altamente conservador del análisis de este escritor seguramente preocupado por ofrecer una interpretación sofisticada y “transgresora” de los mencionados episodios.

A su juicio que el radicalismo- fuerza política naciente que canalizaba la expectativa de participación política de las grandes mayorías populares- cuestionara por diversas vías, la revolucionaria inclusive, las fraudulentas bases del “estado conservador en vías de consolidación” como si se tratase de un paradigma de democracia republicana , representativa y plural, fue mucho más grave que la actuación delictiva de una organización paramilitar, clandestina y minoritaria que atentó contra el sistema democrático vigente en su plenitud recurriendo a metodologías aberrantes como el secuestro extorsivo, la tortura seguida de muerte y el asesinato, con los luctuosos resultados por todos conocidos que repercutieron en desmedro de la sociedad argentina en general.

La deliberada intención de inculpar al radicalismo como una especie de agente catalizador de la violencia política en Argentina es explícita por parte del escritor, ya que circunscribe su trabajo a un período que comienza en 1890 (precisamente con la revolución que consideramos el pródromo del surgimiento de la UCR en la que adquieren fundamental protagonismo sus principales figuras: Leandro Alem , Aristóbulo del Valle, Hipólito Yrigoyen ) y finaliza en 1945 abarcando también el período denominado “Década Infame”, durante el cual la UCR, ya bajo la conducción de Marcelo de Alvear, protagoniza los últimos episodios revolucionarios de su historia, como reacción de civismo viril frente al cruento falseamiento de la verdad electoral en desmedro de la soberanía popular.

Para incurrir en semejante desatino, que no puede exculparse fundándose en una supuesta ignorancia, el narrador con la aviesa intención de direccionar al incauto lector a suponer que la violencia política en el país fue desatada en forma demencial e inaudita por la UCR, omite con alevosía los episodios que desde los orígenes mismos de nuestra historia nacional independiente están precisamente “marcados a fuego” por la violencia política, en los que el magnicidio, la pena de muerte, las masacres por motivos políticos están presentes de modo permanente.

Valga como ejemplo de lo afirmado la mera mención de la respuesta de la Primera Junta ante la contrarrevolución con el fusilamiento de Liniers, los crímenes de caudillos durante las guerras civiles, el fusilamiento de Dorrego por orden de Lavalle, el asesinato de Facundo Quiroga en Barranca Yaco, el asesinato de Maza presidente de la Legislatura y otras atrocidades de la Mazorca rosista, los crímenes de Urquiza y del Chacho Peñaloza, las sanguinarias expediciones a las provincias de Bartolomé Mitre y sus coroneles, el crimen de Antonino Aberastain en San Juan, la matanza de indígenas en la conquista del desierto conducida por el general Roca, la guerra civil entre Bs. As. y el gobierno central por la federalización de la Capital, entre tantas otras.

Finalmente, en las páginas de la obra aludida se recurre una vez más a la típica versión parcializada y tendenciosa sobre los hechos de la llamada Semana Trágica de 1919 y la huelga rural en la Patagonia de 1921, acerca de la cual hemos polemizado con Osvaldo Bayer y Felipe Pigna, por lo cual ni siquiera le cabe a Larraquy siquiera asignarle originalidad en su planteo.

En definitiva dentro del marco que caracteriza a cierta intelectualidad de estos tiempos inclinada a recurrir al facilismo, la confusión y la banalidad, más preocupada en atender a las necesidades del marketing comercial, ponen a la historia argentina en condiciones de ser manipulada con vileza por la venta de mayor cantidad de ejemplares a riesgo de embrutecer al público lector, prescindiendo de la búsqueda de la verdad que es condición fundamental de la historia.


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